Gabriel Gonzalez Martos

Opinión

por Gabriel González Martos

 

CON ALBERTO ESTABAMOS MEJOR

Con Alberto estábamos mejor. Era el mismo quilombo que ahora pero el Estado tenía plata para repartir. Los jubilados tenían créditos baratos, te devolvían el IVA, podías irte de vacaciones con el previaje, había fondos para subsidiar derechos y servicios, no había paros, el combustible valía un tercio de lo que cuesta hoy, etc. Y podías armar un emprendimiento con trámite exprés y pedir un subsidio.

Y de pronto asume el nuevo Presidente y nos dice que “no hay plata” y que encima estamos endeudados por todos lados. Y de ahí en más la economía viró bruscamente ajustando todas sus variables, haciendo sangrar los bolsillos de los argentinos. Y pucha que duele. Y cómo duele.

Alguien nos mintió o nosotros no quisimos ver la realidad. Lo cierto es que el salario mínimo que rige en Argentina es el más bajo de toda Latinoamérica, sólo superado en el ranking por Venezuela. Traducido a un lenguaje más criollo, los argentinos somos pobres, situación que muestra el gran fracaso de las políticas que se venían implementando por décadas.

El Gobierno saliente emitió más dinero para la campaña presidencial de Sergio Massa que durante la pandemia. Pandemia a la cual acusó de ser la causa central de la crisis económica junto a la sequía y la guerra en Ucrania. La política sabe que a una gran porción de los argentinos les gusta vivir de regalos y beneficios. Sin embargo, en el último acto electoral el pueblo eligió mayoritariamente un cambio de rumbo, optó por un modelo muy diferente al que venía gobernando.

Está claro que la justicia social proclamada nunca llegó. De haber existido, cada argentino debería poder solventar sus gastos con su trabajo personal, sin necesitar de ningún “favor” del Estado para pagar el colectivo, la luz, el gas, etc.

¿Y por casa? ¿Cómo van las cosas? Muy complicadas, como en todos los sectores. La escalada inflacionaria hizo que los sueldos del personal de las Mutuales se disparará a niveles muchas veces impagables, con caída de afiliados que también buscan achicar cada una de sus erogaciones para llegar a fin de mes.

El propio INAES que tras la derrota en el balotaje, y en tan sólo dos semanas, aprobó subsidios por más de 1000 millones de pesos (todavía en tiempos de Alberto), ahora se volvió pobre y quedó con el mismo presupuesto que tenía para 2023, corroído por la inflación, y debiendo ajustar todos sus gastos.

Otras entidades ya salieron a protestar. No saben vivir sin la ayuda del Estado, nunca fueron autosuficientes, y ahora se sienten discriminadas por el modelo electo por la gente. Al igual que los sindicatos: les tocaron la caja y fueron al paro, no por los trabajadores sino por los intereses personales de sus líderes.

Quien supuso que el sufrimiento para salir de este descalabro iba a recaer en espaldas ajenas, se equivocó. Este reacomodamiento de la economía es muy doloroso para el conjunto de la sociedad y para todos los argentinos. “Mentira”, dicen algunos, “los que más tienen no la sufren”. No creemos que sea tan así, la sufren diferente. Son esos los que hoy intentan mantener las fuentes de trabajo que dan, equilibrar las cuentas de sus empresas para no entrar en rojo y seguir laburando en un país que decidió hace décadas “combatir al capital”, espantando cualquier tipo de inversiones.

Con Alberto estábamos mejor. ¿O era todo ficticio?

 

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